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José Vicente Vicente, ejecutivo de sostenibilidad de Anecoop y parte del equipo directivo del Observatorio de Sostenibilidad, conoce de cerca el trabajo con las empresas y cooperativas del sector y habla de los principales desafíos y oportunidades a los que se enfrentan a la hora de incoprorar la sostenibilidad en su día a día.

José Vicente destaca el reto económico y el de la gestión de los datos en un sector con empresas pequeñas y poco digitalizadas, así como la alta carga de trabajo a la que habitualmente se enfrentan los técnicos y técnicas de las cooperativas.

Cuando habla de errores habituales a la hora de desarrollar acciones sostenibles destaca la necesidad de medir para decidir qué acciones llevar a cabo porque, según José Vicente: “uno de los errores más habituales es centrarse en acciones que no tienen un impacto real en la empresa”.

También resalta la necesidad de que el consumidor final conozca el producto que consume: “El consumidor tiene que estar informado de lo que está comprando. Puede que pague un poco más, pero debe entender por qué.”

P: Hablemos sobre tu experiencia trabajando con las cooperativas y empresas del sector: ¿Qué miedos, preguntas o expectativas te trasladan cuando empiezas a hablar con ellas del tema de sostenibilidad?

R: Lo primero que piensan es que es un trabajo añadido y, por tanto, un coste adicional. Pero muchos se equivocan en cuanto a la carga de trabajo, porque no son conscientes de todo lo ya están haciendo.

La sostenibilidad tiene distintos beneficios: uno es el reputacional, otro es el cumplimiento normativo y, finalmente, debería de ser el económico. Lo que pasa es que, inicialmente, tiene que haber un desembolso, una inversión, sobre todo en recursos humanos, que es lo que causa reticencia en un sector como este, cuya rentabilidad no está siendo muy alta en los últimos tiempos.

P: ¿Y con qué retos se suelen encontrar al enfrentarse a este proceso?

R: Además del económico, la gestión de los datos es, desde mi punto de vista, uno de los grandes retos dentro del sector, especialmente para las cooperativas.

La mayoría son entidades de pequeños agricultores que generan muchos datos, y su gestión no está suficientemente informatizada o automatizada. La digitalización de la información es un desafío.

Por otro lado, también está el desconocimiento de la normativa. Las exigencias de los clientes también, porque si queremos rentabilizar económicamente todas las acciones que hacemos a nivel de sostenibilidad tenemos que poder vender el producto. Si nosotros añadimos costes al producto y no somos capaces de incorporarlos al precio de venta, tenemos un problema.

Actualmente, las exigencias en el ámbito de la sostenibilidad están un poco dispersas en función de los clientes o de los mercados donde se comercializan nuestros productos, lo que representa un gran reto para las empresas que desean acceder o que operan en estos mercados.

P: ¿Cómo se entiende el proceso de trabajar sostenibilidad dentro de una entidad del sector?

R: En general, los departamentos técnicos de los socios de Anecoop están bastante saturados. Suelen formar parte del grupo de personas con una mayor formación y, por lo tanto, se encargan de aspectos relacionados con legislación. Además, son los responsables de las certificaciones y del cumplimiento y verificación de éstas.

Pero es muy importante que desde la dirección de las empresas se apueste por este tipo de acciones y, para ello, cualquier persona que vaya a desarrollar un nuevo proyecto tiene que ser capaz de comunicar los beneficios de esas acciones para la empresa, tanto económicos como reputacionales o de mejora del entorno donde estamos trabajando.

Puede haber fricciones entre los departamentos técnicos y la dirección de las empresas. Pero si eres capaz de comunicar y de hacer entender la importancia de lo que quieres hacer se suele solucionar.

P: ¿Cuáles son los errores más comunes que sueles identificar a la hora de trabajar la sostenibilidad?

R: Uno de los errores más habituales es centrarse en acciones que no tienen un impacto real en la empresa. Puedes hacer cosas muy vistosas pero que, en realidad, correspondería desarrollar a los centros de investigación. Nosotros podemos colaborar con ellos, siempre y cuando exista una transferencia de conocimiento que luego se convierta en algo útil para nuestros socios: reducir su huella, mejorar la producción o cualquier otro objetivo tangible. Si no, corres el riesgo de dedicar esfuerzos a iniciativas que no generan resultados directos o con escaso impacto positivo.

El problema es que no hay objetivos claros. Muchas empresas me dicen: “Quiero mejorar en sostenibilidad, pero ¿qué tengo que hacer? ¿Cómo diseño mi plan?”. Lo primero es saber dónde estás, hacer una foto inicial. Para ello hay una parte cualitativa muy importante: recoger todas las acciones que ya se están llevando a cabo y plasmarlas por escrito.

Después hay que medir el impacto de esas acciones. Y para eso hacen falta datos e indicadores. Ahí está la diferencia que aporta el Observatorio de Sostenibilidad, no se queda solo en recopilar acciones, sino que permite medir con indicadores claros. Así, las empresas son más conscientes de lo que aportan, tanto en positivo como en negativo, y pueden ver cómo con pequeños cambios el impacto puede ser mucho mayor.

Medir es fundamental. Solo así los responsables de las empresas son conscientes de su situación real y de sus posibilidades de mejora. Y ese es uno de los principales objetivos del Observatorio, ofrecer a nuestros socios la herramienta necesaria para medir, porque sin medición es imposible saber si realmente se mejora.

La definición de estos indicadores, además, se ha hecho junto con las entidades socias, lo que les ha permitido ajustar la sostenibilidad en su día a día. Al poner números y valores a lo que hacen, se traduce la sostenibilidad en algo concreto, en acciones que tienen un impacto. Esto nos permite establecer valores medios o estándares del sector y tener referencias para comparar.

En cualquier caso, lo más importante es contar con un valor inicial. A partir de ahí, se identifican mejoras que en muchos casos son muy sencillas. A veces basta con pequeños ajustes para notar los cambios y ahí es donde realmente se ve el potencial de este trabajo.

P: ¿Qué podemos hacer para que la sostenibilidad se entienda también desde el punto de vista social y económico?

R: Aquí la clave es la formación. Cuando hablamos de sostenibilidad, la mayoría piensa en flores, mariposas o agua limpia. Pero no suele llegar el mensaje de que también existen los aspectos sociales y económicos, que son una parte fundamental de la sostenibilidad.

Desconozco el motivo por el que esto no se comunica con claridad desde las instituciones, pero es evidente que la población general no asocia todavía sostenibilidad con economía y sociedad.

Muchas veces, cuando hablas de sostenibilidad y mencionas cuestiones como el número de trabajadores, la igualdad de género, la fijación de población o la redistribución de la riqueza, la gente se sorprende. Y, sin embargo, todo eso es sostenibilidad.

Además, puede ocurrir que la normativa, aunque no mencione explícitamente el impacto social, lo incluya de manera implícita en las acciones que obliga a desarrollar. En un estado miembro de la Unión Europea, el cumplimiento de la legislación laboral ya conlleva cuestiones que afectan directamente a la sostenibilidad: igualdad, no discriminación, género, condiciones de trabajo…

Lo primero es que las empresas sean conscientes de que no solo existe la dimensión ambiental, sino también la económica y la social. Y es algo en lo que insistimos mucho desde el Observatorio.

Podemos hablar de sostenibilidad desde el cuidado del medioambiente, de los trabajadores y de la población. Pero si el agricultor no tiene una renta suficiente para seguir produciendo, tampoco habrá alimentos de origen vegetal, que son esenciales para la salud de los consumidores.

Luego, a través de la Política Agraria Común (PAC) y de las ayudas, se ponen en marcha acciones que, sin duda, colaboran. Sin embargo, siempre tenemos la sensación de que esas medidas no son tan efectivas como las legislaciones centradas en el medioambiente. Y ahí entra también la necesidad de formación y de entender bien hacia dónde van esas ayudas y políticas.

Todos coincidimos en que invertir en sostenibilidad es rentable, incluso económicamente. Pero la respuesta habitual del agricultor es: “Yo hago cada vez más cosas, mi producto es más sostenible, ambiental y socialmente, con mejores condiciones laborales, con la subida del salario mínimo, con más exigencias y, sin embargo, mi sistema de producción cada vez es más caro”. Y darle la vuelta a ese discurso no es sencillo.

P: Pero si el consumidor quiere gastarse 0,50€ en el kilo de tomate, tiene que ser consciente de que esa decisión tendrá un coste a nivel de sostenibilidad social y probablemente ambiental.

R: Claro. Lo decimos en referencia a las frutas y hortalizas porque es nuestro sector, pero ocurre en todos. El consumidor paga tres euros sin pensar en todo lo que hay detrás.

Yo siempre he tenido la sensación de que no se habla más de sostenibilidad social y económica porque en algún punto de la cadena de valor el mensaje deja de interesar.

La realidad es que, si el consumidor paga un euro por una naranja, ese precio también incluye inversión en sostenibilidad. El agricultor tiene que hacerse cargo de cuestiones como el reciclaje del plástico en el que se presenta el producto. El consumidor exige menos plástico, pero el coste de gestionar ese residuo lo asume el productor. Por eso esa naranja cuesta un euro y no cincuenta céntimos.

El beneficio social de las cooperativas agrícolas, o de empresas arraigadas al territorio aunque no sean cooperativas, se ve en indicadores claros: número de trabajadores, porcentaje de beneficios que se reinvierten localmente, redistribución de la riqueza, adaptación de horarios, etc. Todo esto existe y se hace en nuestras cooperativas y empresas socias, pero cuesta mucho que el consumidor final lo perciba, salvo que se le muestre directamente.

Y ahí también surge otra cuestión: ¿realmente quiere el distribuidor trasladar esta información al consumidor? Porque en muchos casos, aunque existan sellos o certificaciones como ocurre con la madera FSC, no todos los consumidores miran esas etiquetas.

Además, hay que entender que la exposición de productos es enorme y que muchos supermercados prefieren no tener tanta variedad, especialmente en productos perecederos, porque gestionarlo les resulta complicado.

P: Es también importante hacer pedagogía para el consumidor, porque está muy bien que las empresas desarrollen acciones y cumplan con la normativa, pero si luego el consumidor no tiene en cuenta todo lo que hay detrás, quizá no tiene el efecto que debería.

R: El consumidor tiene que estar informado de lo que está comprando. Puede que pague un poco más, pero debe entender por qué. No solo porque no se han utilizado determinados fertilizantes, sino también por toda la parte social de la que hablamos. Ese aspecto es importante, porque es con el que más fácilmente se empatiza.

Tenemos ejemplos de conceptos que ya han calado, como el de kilómetro cero. Muchas personas lo asocian con lo ambiental, pero en realidad también significa que tu vecino, o el agricultor que vive a tres kilómetros de ti, sigue allí trabajando, generando riqueza y manteniendo vivo el territorio.

Tenemos cooperativas que, gracias a donde están situadas, han conseguido mantener abierto el único supermercado de un pueblo, o que han permitido que un colegio continúe gracias a su actividad. Esa realidad es difícil de ver para quien vive en una ciudad, pero en los pueblos pequeños se percibe más. Sin las cooperativas, no existirían esos servicios ni esos ingresos extra que muchas familias necesitan para complementar su economía.

P: ¿Qué papel crees que juega la formación en este proceso de transformación del modelo de producción para que sea más sostenible?

R: La formación ha sido clave desde siempre, especialmente para los técnicos de nuestras entidades socias. Se ha trabajado mucho en capacitarlos para que sean mejores profesionales y hagan las cosas lo mejor posible.

Tradicionalmente, la formación ha estado muy orientada a la parte técnica sobre cómo producir utilizando menos fitosanitarios y menos abono, cómo ser ingenieros en el sentido práctico de la palabra, cómo gestionar mejor la fruta y las hortalizas en los almacenes… Esa formación técnica sigue siendo fundamental, porque los técnicos son clave en el desarrollo de cualquier empresa del sector.

Pero ahora se necesita formación en gestión sostenible de las empresas. En cómo implementar la sostenibilidad de forma transversal en la dirección, en los departamentos técnicos y también en el resto de trabajadores y socios.

Y no hablamos solo de formación reglada, sino también de divulgación. Es imprescindible que todos los miembros de la empresa conozcan qué acciones se están llevando a cabo, qué requisitos legales y de mercado existen y qué beneficios aporta trabajar de manera sostenible.

Para mí, la divulgación también es una forma de formación. No hablo solo de cursos reglados, sino de compartir información básica: qué acciones se están llevando a cabo, cuáles no y deberían hacerse, qué exige la normativa, qué piden los mercados y qué beneficios aporta todo ello. Esa información permite que todos sean conscientes de dónde estamos, qué se está haciendo y por qué.

Cuando las personas entienden por qué la empresa, la cooperativa, el técnico, el encargado o cualquier trabajador actúa de determinada manera, es mucho más fácil que se alineen con la estrategia.

Por eso insisto en que la formación, en todas sus formas, es necesaria. Hasta ahora ha estado más centrada en aspectos técnicos o de dirección, pero es necesario extenderla a todos los niveles de la empresa para cohesionar y preparar al conjunto del sector.

P: O sea, que la formación no solo sirve para implantar mejor o entender lo que se está haciendo a nivel de sostenibilidad en la empresa, sino también para aunar esfuerzos y cohesionar al equipo, de modo que todos sepan lo que se está haciendo y sean partícipes.

R: Correcto, sí. Y es importante que se haga siguiendo una estrategia de sostenibilidad adecuada a las características de la empresa, a sus impactos y a sus objetivos.

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